jueves, 18 de diciembre de 2008

En nuestras avanzadas y occidentales sociedades modernas, la navidad es la temporada de los regalos. Hacemos largas listas de familiares, amistades y hasta conocidos, las cuales son ponderadas con el presupuesto destinado a esta actividad. La bendita hoja de cálculo trabaja arduamente en ayudarnos a resolver este problema, a no olvidar a nadie, a no comprar de más y a incluir los que nos regalaron el año pasado. Tanto el presupuesto financiero como, y sobretodo, el presupuesto del tiempo necesario para encontrar el regalo perfecto para cada cual. Todo un desafío.

El desafío es aún mayor cuando el personaje objeto del regalo es uno de esos extraños personajes llamados, cariñosamente, nerds, geeks, como prefieren autodenominarse, o tecnópatas, como debiesen de ser designados con algo de propiedad lingüística. Este tipo de personajes son eminentemente extraños. Bizarre. Vous avez dit bizarre? Strange. Alien. Viven entre nosotros. Normalmente, pasan desapercibidos. Es su afán en la vida. Pasar desapercibidos. Sin que nadie note que son distintos. Sin que nadie se dé cuenta que soy distinto. Soy uno de ellos. Soy un geek.

A nosotros nos gusta jugar nuestros crípticos juegos. Arcanos juegos de tuercas, bitios, algoritmos, transistores e interfaces. El placer más grande es ir a comprar el último gadget tecnológico y pasarse el fin de semana entero configurándolo. Un geek en la médula se reconoce cuando pone una cara de cierta tristeza cuando todo funciona a la primera. Claro, debe existir una lucha entre la mente del geek y el último gadget de moda a instalar, configurar y lograr que se comunique con toda la fauna existente. Sin esa lucha, ¿dónde está la entretención? ¿La noche en blanco luchando, solo, en contra de la insolente rebeldía de este nuevo juguete. Ahora, si la configuración lograda es única, nunca antes realizada, mejor aún. Lo que más puntos da es lograr algo que sea levemente obsceno, transgresor o directamente perverso. Algo así como escribir una applet J2ME que corra en el servidor Linux de la casa y que me permita controlar desde mi iPhone el nuevo microondas. El éxito de esta prometéica hazaña es un placer solitario. Somos solitarios. Extraños. Distintos. Geeks.

Quizás la mejor manera de ilustrar esa sutil diferencia que hace nuestro encanto es un chiste. Un buen chiste siempre ayuda. El humor es una grieta que por un instante abre nuestra máscara. Aquí va un chiste de geeks.

Dos geeks se encuentran en un parque. Son amigos de larga data. Uno de ellos lleva un sapo sobre su hombro izquierdo. El otro geek lo mira con cierta curiosidad, y le pregunta -- ¿Por qué llevas un sapo en tu hombro izquierdo? El interpelado, le cuenta que -- Mira, estaba instalando una torre WiMAX en un potrero en donde había una laguna, y resulta que este sapo sale de la laguna y empieza a contarme que es una preciosa princesa rubia y que si lo beso se transformará de nuevo en una preciosa princesa rubia y que hará todo lo que yo quiera por el resto de mi vida. El otro geek mira al sapo con mucho cuidado hasta que el sapo le dice con una rabia cansada -- Sí, y este tipo no ha querido besarme. El otro geek se sonríe y responde -- Pero es que tiene razón, rubias preciosas que se creen princesas existen por montones, pero un sapo que habla, ¡eso sí que es cool!

Ese era un verdadero geek, fiel miembro del Geekdom, viviendo en su Geekotopia personal. Son una cultura subterránea. Una cultura en el subsuelo de nuestra cultura idiotizada, mediatizada, farandulizada y futbolizada. Ningún geek jamás verá algo de fútbol o de farándula, a menos que sea para instalar un mejor aplausómetro, un mejor medidor de velocidad de la pelota o algún artefacto similar. La cultura geek existe. Existimos. Bajo vuestros zapatos. Existen. Existimos. Todos conocemos uno. A veces más de uno. Pero existen, existimos, y por ende, somos un mercado. Un mercado interesante pues los geeks suelen tener buen pasar gracias a sus habilidades tecnológicas y su baja tendencia a reproducirse. Por eso viven llenos de gadgets.

Y ese es un problema. Pues... ¿qué se le regala a un verdadero geek para navidad? ¿O para su cumpleaños? Buscar un gadget en la típica tienda de departamentos es tremendamente arriesgado. Más arriesgado que comprarle un vestido a una mujer. Lo más probable es que al geek objeto de nuestra atención no le guste el gadget por algún arcano e innentedible motivo religioso o, que sí le guste, y por ende, que ya lo tenga. ¿Regalarle un libro técnico? Más difícil aún pues vaya uno a saber cual será de su interés esta semana, y si ya lo tiene, o no.

Una solución clásica a este desafío fueron los vouchers para que el geek en persona elija el libro que quiera en alguna librería especializada. Pero no es lo mismo que encontrar el regalo ideal y comprarlo uno en persona. Sapos que hablan y que se creen bellas princesas rubias no venden en el comercio. Lamentable. Pero, venden otras cosas. Por ejemplo, sí puedo comprar un cactus personal, envasado y portátil, ideal para usarlo colgando de mi celular, por ejemplo. ¿Quizás eso es demasiada interacción con algo vivo y una planta robot es la solución más razonable? Ud. puede encontrar todas esas cosas en ThinkGeek. Una visita al maravillo sitio de ThinkGeek es muy reveladora. No dejen de visitarlo. No, muy a pesar mío no soy dueño del sitio y tampoco me pagan. En cuanto me paguen algo, se los haré saber.

Todos los gadgets que yo quiero para navidad están allí. Partamos por la polera con parlante y hasta 20 soundtracks distintos. Ideal para pasearse de por la vida como uno es esos actores en el cine, con sus propios efectos de sonido. Tampoco me puede faltar la sempiterna toalla negra que dice 42, siendo 42 la respuesta a todas las preguntas del universo, como todo geek sabe. ¿Qué decir de la hebilla de cinturón con LEDs y mi mensaje personal del día? Obviamente, una bola de plasma USB conectada al laptop es obligatoria, para todas esas noches en blanco trabajando. Para esas noches de romanticismo, un corazón de LEDs rojos armado por uno mismo es lo mejor que se haya inventado. Y puesto que andamos románticos, ¿qué tal unas velas de cera clásicas? Pero con LEDs del color que selecciones y que igual se apagan y encienden con sólo soplar. Podría seguir así por siempre hablando de las tijeras con guía láser, del emoticon para vehículos, de lo máximo en virtualización, the Bluetooth Laser Virtual Keyboard, del sarten con termómetro digital (obvio) en el mango, pero al final tendría que hablar de las estrellitas para el árbol de navidad hechas con circuitos integrados reciclados. Por último, para los irreductibles programadores en ASSEMBLER, ¿qué mejor que un reloj pulsera que da la hora en hexadecimal? Mi mejor amigo usa uno para ejercitar su aritmética binaria todos los días.

Quizás, y mucho más allá de los meros artefactos, está la toma de conciencia de que existe un mercado para estos artefactos. Se fabrican, se venden y se llega a agotar el inventario. Y esto es sólo posible porque la globalización, mediante la Internet, permite agregar mercados que antes no eran lo suficientemente grandes como para volver rentables este tipo de productos. ¡Geeks del mundo unidos! La Internet, y sobretodo la Web, permiten la agregación virtual de todas estas subculturas fractalizadas de por el planeta. Y eso crea mercados. Y oportunidades.

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